Notas de un viaje a Soria
Si aprendo cuando viajo a países lejanos, ¿por qué no cuando voy a lugares cercanos?
El fin de semana pasado hice un breve viaje por Soria, concretamente a El Burgo de Osma y poblaciones cercanas. Aunque ya había ido a la zona anteriormente, esta ha sido la primera vez que realmente me he fijado en los edificios, los paisajes y las gentes que me rodeaban. A veces uno, de manera inexplicable, hace un click mental mediante el cual se empieza a interesar por realidades que antes le dejaban indiferente.
Cuando viajo a lugares lejanos suelo observar, tomar notas, preguntar y extraer conclusiones sobre economía, política y prácticas sociales. Mis últimos viajes, por ejemplo, a Taiwán o Grecia, han seguido esta dinámica. Este fin de semana me pregunté: ¿por qué no aplicar esta misma mentalidad analítica cuando viajo cerca? ¿Es que no puedo aprender y extraer ideas valiosas de lo cercano?
Hay quien me criticará por haberme enterado ahora de X lugar o realidad soriana, o hay quien se reirá por mis sorpresas como urbanita impresionable viajando a realidades más rurales. Pero eso se llama aprendizaje, y es como yo me lo paso bien viajando:
La importancia de la religión. Domingo a las 12.00 en El Burgo de Osma. Estoy vagabundeando por el centro y de la catedral empiezan a resonar campanadas estruendosas. Se oyen a kilómetros a la redonda. No es una campanada para marcar la hora: es una llamada al pueblo. Veo que jóvenes y viejos enchaquetados empiezan a salir de las casas. Por las calles antes vacías empieza a circular gente y más gente en dirección a la catedral. Las campanas no dejan de sonar, durante 10 minutos, con la fuerza de una alarma antiaérea.
¿Qué está pasando? Es domingo de primeras comuniones. La mitad o más del pueblo está atendiendo. No sé si es una participación estrictamente religiosa, pero se nota que es un ritual social altamente importante. Sorprende que la mayoría de gente haya salido de su casa cuando ha sonado la campana: es todavía un reloj-despertador comunitario. Viendo todo este movimiento -que en ningún otro momento he notado en el pueblo- uno se da cuenta de que la religión todavía tiene importancia aquí, sobre todo desde un punto de vista identitario. Hay gente para la cual la religión -como parte central de la identidad- puede tener más importancia que el cambio climático, los carriles bici o la memoria histórica. Cuando hay políticos o élites en las grandes ciudades que se mofan o atacan la religión, están jugando con fuego: disparar a la identidad crea mucho más rencor que atacar una política económica, energética o social abstracta.
La importancia de leer las placas informativas que nadie lee. Este fin de semana descubrí a Kevin Kelly y sus 103 consejos para la vida, uno de los cuales es: “Always read the plaque next to the monument.” Así que decidí pasarme una mañana paseando por El Burgo de Osma leyendo las placas informativas de la ciudad y escaneando los QR pertinentes. Sorpresa: aprendí cosas. Por ejemplo, me pareció interesante descubrir las funciones de la muralla antigua de la ciudad. Uno puede pensar que las murallas son simplemente para defenderse de atacantes humanos, pero, en este caso, su función también era detener los virus y la competencia económica. Las murallas de El Burgo de Osma se construyeron, por un lado, para poder cerrar la ciudad en caso de pandemias y, por el otro, para poder controlar y aplicar aranceles a las mercancías que venían de fuera. La muralla también tenía una función simbólica: el nuevo obispo de la ciudad debía pararse ante la puerta principal y jurar que guardaría los “usos, derechos y loables costumbres” de la población. En El Burgo de Osma lo religioso era central, pero no estaba por encima de las leyes y costumbres locales.
Si uno continúa leyendo placas descubrirá que la ciudad -que ahora tiene menos de 5.000 habitantes- era un centro religioso de importancia: en los siglos XVI, XVII y XVIII tuvo su propia catedral, universidad, seminario, palacio episcopal y hospital. También, en la colina frente a la ciudad, hay un castillo en ruinas al que subí durante el atardecer y que se construyó -como la mayoría de los de la región- durante las guerras contra los musulmanes. Ver el atardecer en soledad desde un enorme castillo en ruinas no es algo que se pueda hacer cada día. Al bajar, pasé por una iglesia que, aparentemente, parecía como cualquier otra. Pero, al acercarme, descubrí que contiene el “cuerpo incorrupto” de Santa Cristina, que fue enviado desde Roma en 1789 y todavía sigue allí. De nuevo, la importancia de leer las placas informativas.
Naturaleza espontánea. Otra cosa que me sorprendió viajando por Soria es la frecuencia con la que, de casualidad, uno se topa con animales salvajes. Durante el viaje de ida, un enorme corzo cruzó por delante de nosotros por la carretera -suerte que íbamos a poca velocidad-. Al día siguiente, vimos otro cuando visitábamos un cementerio cerca del pueblo. Al margen de los omnipresentes buitres y las cigüeñas en casi cada campanario, también vimos constantemente águilas y rapaces más pequeñas planeando por los campos. Lo que me sorprendió no fue tanto ver estos animales salvajes, sino la frecuencia mayor con las que me los topaba en comparación con otras zonas rurales de la Península por las que he viajado. Quizás la menor densidad de población humana juega un papel importante en esto, al estilo de las Rocky Mountains en Estados Unidos.
Bulgaria-town. En Soria se grabó Doctor Zhivago porque dicen que se parece a la estepa siberiana. Pero no me esperaba que esa ficción se hubiera convertido en realidad: a nivel provincia, poblaciones eslavas como los búlgaros son la segunda nacionalidad más presente después de los marroquíes. En el caso de El Burgo de Osma, la eslavo-esfera es totalmente dominante: según los últimos datos que encontré, la gran mayoría de los extranjeros viviendo en el pueblo eran búlgaros, seguidos de los rumanos y los armenios. Si uno se fija, hay trazas de esas poblaciones por el pueblo: en la calle mayor hay una tienda con las banderitas de Bulgaria y Rumanía que vende banitsa, rakia o sirene -la dueña es de Plovdiv y me confundió con rumano-; por otro lado, en uno de los parques de El Burgo de Osma, hay un monumento de color rojizo con un alfabeto extraño, que recuerda el genocidio armenio de principios del siglo XX. Por supuesto, al margen de esta población venida del este, hay otra venida aún más del este y que te encuentras en todas las ciudades y pueblos pequeños de España: los chinos y sus bazares. Se debería escribir un libro sobre los emprendedores de Zhejiang que llegaron como paracaidistas solitarios a un pueblo andaluz, una aldea gallega o una ciudad extremeña para montar sus negocios. Una de las grandes ventajas de hablar chino es que, vaya a donde vaya del mundo, siempre tendré alguien con quien charlar.
Carteles en peligro de extinción. Una de las cosas que más me fascina de viajar por los pueblos de Soria son sus carteles castizos de carnicerías, pastelerías o mercerías. “Carnicería Teótimo Cerezo”, “Carnicería Teófilo Crespo”. Estos carteles son uno de los grandes artes populares del último siglo: la globalización, como con muchas otras cosas, ha hecho que cada vez las tipografías y estéticas sean más homogéneas y estandarizadas. Con la desaparición de estos carteles desaparece un paisaje, una época y una identidad -una belleza sobria-. Como mínimo, urge un Museo del Cartel Español que conserve estas reliquias populares.