Notas de un viaje austro-húngaro (I)
Este verano hemos viajado dos semanas por Austria, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. La idea era percibir la continuidad cultural del Imperio Austro-húngaro, al que pertenecieron totalmente o parcialmente estos cuatro países. Este post, sin embargo, no irá de historia, sino que son observaciones sobre cómo son ahora estos cuatro países. Para leer algunos de mis apuntes sobre el Imperio Austro-húngaro podéis ir a este post, o también esperar a un par de artículos que estoy escribiendo sobre el tema, en los que intento buscar las conexiones entre el Imperio Habsburgo y la Unión Europea actual.
Este post estará dividido en dos partes: en esta primera hablaré sobre Viena y Eslovaquia, y en la segunda sobre Budapest y Rumanía.
Viena
En Viena hay una división muy clara entre un centro donde hay la inmensa mayoría de edificios históricos, iglesias, museos… y una periferia funcional y moderna donde realmente vive la gente. Es lo contrario a la mezcolanza orgánica de una Barcelona (o una Budapest), donde uno puede encontrarse edificios históricos en casi cualquier barrio y no hay una división geográfica tan drástica entre pasado y presente.
En Viena todavía hay cafés con encanto, pero no son los clásicos a los que acudían los intelectuales del siglo XIX. Hay que buscarlos en la periferia no-histórica. Pero si uno quiere experimentar la energía de Viena, las conversaciones vibrantes entre bebidas, lo mejor es ir de noche a los bares al borde del Danubio.
En comparación con ciudades como Londres o Bruselas, en ningún momento me he sentido inseguro en Viena, ya fuera en el centro o en los barrios más periféricos. Tampoco he visto ninguna zona muy degradada, como sí he visto en otras ciudades europeas.
La mejor comida que he probado en Viena fue de un restaurante israelí. Me ha sorprendido la variedad de restaurantes étnicos en la ciudad. Obviamente, hay muy buena oferta gastronómica balcánica (fuimos a uno búlgaro). Pero también vi restaurantes regionales chinos (Sichuan…), una señal de calidad y especialización.
Hay gente que describe Viena como una ciudad decadente. Es injusto. Viena es ahora, simplemente, ya no la capital de un imperio, sino una ciudad moderna más. Ha evitado los males de una Roma: está limpia, funciona, es segura… Y también los males de tecnocratizarse en exceso: todavía hay una gran oferta cultural y cafés donde relajarse. En resumen: ya les gustaría a muchas ciudades europeas actuales tener lo que tiene Viena.
Viena sigue siendo una ciudad de espías. Constitucionalmente, Austria está obligada a ser neutral en política exterior: por eso no forma parte de la OTAN y ha sido un nido de actividad rusa en suelo occidental. Antes de la guerra de Ucrania, era uno de los canales principales de flujos de capitales rusos, que pasaban primero por Viena (para esconder su procedencia) para después acabar repartidos por otros países europeos. El reciente escándalo del Ibizagate, que hizo caer al gobierno austríaco, implicaba a una supuesta empresaria rusa.
Aunque he dicho que en este post no tocaría temas históricos, hago una excepción: la cripta de los Habsburgo es, probablemente, una de las mejores que se pueden visitar en Europa:
En Viena todavía tienen una estatua dedicada a Karl Lueger, polémico exalcalde antisemita de Viena, admirado por Hitler. Me la encontré de casualidad y estaba tachada con grafitis:
Viena es ese tipo de ciudad donde uno puede encontrar una tienda especializada en libros ilustrados sobre pájaros. A favor.
La estación central de tren de Viena está impoluta y es silenciosa. No hay apenas ese caos, suciedad o ligera inseguridad que hay en otras estaciones del mundo. Las estaciones centrales de tren son un termómetro fantástico de un país.
Eslovaquia
Cuando uno entra en Eslovaquia en tren desde Viena, lo primero que sorprende es la vegetación frondosa, casi selvática, que empieza a rodear la vía. Eslovaquia es un país de carácter claramente montañoso. También empiezan a aparecer las influencias húngaras en las formas angulosas de los muros y túneles, de piedra oscura y musgosa, que se ven desde el tren. También, de vez en cuando, aparecen en el horizonte viejos castillos en la cima de una colina: la estampa más representativa de Eslovaquia.
La estación central de trenes de Bratislava es pequeñísima, para ser de una capital. Los techos son bajos y el ambiente empieza a ser ligeramente caótico. Merodean por el interior gente con pinta dudosa y las familias que esperan van vestidas al estilo capitalista-postsoviético que cualquiera que haya vivido en un país postcomunista reconocerá (a nosotros nos recordó inmediatamente a Bulgaria). De Viena a Bratislava, se percibe claramente la entrada en otra órbita histórica. Hay veces que uno cruza una frontera y ni nota el cambio; en el caso de Austria y Eslovaquia, todavía se nota que uno cruza la frontera entre dos mundos separados durante décadas por la Guerra Fría.
Aunque la diferencia con Viena se palpa claramente, sí que vemos que hay una continuidad cultural en la arquitectura. Hay edificios que uno podría encontrar en Viena, pero con una diferencia fundamental: están descascarillados y más dejados. La continuidad del Imperio Austro-húngaro y la ruptura del comunismo se combinan en estos edificios:
No nos quedamos en Bratislava, sino que pasamos unos días en Trenčín, una capital regional más cercana a la República Checa. La estructura de la ciudad es como muchas otras en Eslovaquia: una ciudad con ambiente de pueblo al pie de una colina con un castillo. El centro de Trenčín está adoquinado y cuidado; el pavimento no está dejado como en otros países postcomunistas. Al pie del castillo todavía hay un hotel, de ese amarillo tan característico de la región, en el que uno imaginaría a Stefan Zweig o Joseph Roth alojados:
Nos sorprende el número de monjas per cápita que hay en la ciudad. Las ves por todos lados: dirigiendo a unos niños excursionistas, tomándose una crep con un par de jóvenes, haciendo una compra en el supermercado o dando un paseo solitario por el parque. Muchas de estas monjas son bastante jóvenes.
En la ciudad hay pocos monumentos típicamente “turísticos”. Pero nos sorprendió que uno de ellos fuera la antigua sinagoga de la ciudad. Es más grande de lo que uno esperaría. Está vacía y desde hace décadas ya no se usa como edificio religioso. Es otro testimonio (no es el único que encontramos) de la vida judía ya casi desaparecida de Europa Central:
En Eslovaquia, es complicado encontrar un restaurante donde cocinen comida tradicional eslovaca. El turismo externo es escaso y el consumidor local no quiere comer en un restaurante lo que ya come en casa. Tampoco hay un orgullo gastronómico nacional como el que vimos en Hungría. Nos costó bastante conseguir unos bryndzové halušky, el plato nacional eslovaco.
En Višňové, un pueblo de apenas 50 habitantes a los pies del castillo de Erzsébet Báthory, entramos a tomar algo al único bar-restaurante-motel que había. Lo llevaba una pareja ya mayor y nos tuvimos que comunicar medio con señas para pedir lo que queríamos. Hicieron bajar a su hija, que tenía unos 20 años, y nos habló en un inglés más que decente. También nos contó que había viajado por buena parte de Europa, incluida Barcelona. Incluso en la Eslovaquia profunda, uno puede encontrar una generación joven criada en el espíritu “Erasmus” pan-europeo.
Mi sensación es que Eslovaquia viene de un pasado lastrado por diferentes causas (dominación húngara, posición periférica en Checoslovaquia, el comunismo), pero actualmente ha dado un gran salto económico y va en buena dirección. Hasta hace nada superaba en PIB per cápita a Hungría, aunque venía de niveles de una Rumanía o una Bulgaria. Se ha convertido en una potencia europea en la exportación de automóviles. Yo apostaría por Eslovaquia.