Mongolia y la democracia en China
Recientemente, he publicado dos artículos: uno sobre Mongolia y otro sobre la democracia en China.
El artículo sobre Mongolia lo podéis leer en Esglobal. Aquí algunos fragmentos:
La relación actual más importante de Mongolia, sin embargo, es la que tiene con China. Pekín es su mayor socio comercial: el 73% de las exportaciones mongolas van a China -en particular, el 38% de su cobre y el 32% de su carbón- y el 37% de sus importaciones son de origen chino -la mayoría maquinaria y vehículos-. Pekín es también el mayor inversor en Mongolia, representando el 21% de su Inversión Extranjera Directa (FDI, en inglés). En el plano comercial, cabe añadir que Mongolia, al no tener salida al mar, depende fuertemente del puerto chino de Tianjin (situado al lado de Pekín) para su actividad exportadora.
La relación con China, sin embargo, va más allá de la economía. En primer lugar, es étnica-cultural: en la provincia china de Mongolia Interior viven un millón más de mongoles que en la propia Mongolia. Una de las dinastías de china, los Yuan, era de origen mongol. Estas características identitarias, sin embargo, también han causado tensiones con Pekín. Durante la época soviética, Ulán Bator reprimió, por un lado, el nacionalismo mongol que reivindicaba la figura de Genghis Khan y su imperio, y, por el otro, la religión mayoritaria en la región, el budismo de raíces tibetanas. Este último aspecto es el que ha causado encontronazos con China, ya que los últimos gobiernos democráticos de Mongolia han invitado múltiples veces al Dalai Lama como visitante oficial.
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Mongolia puede conseguir más poder de maniobra si consigue explotar dos recursos claves: las energías renovables y las tierras raras. En el campo de las renovables, las grandes extensiones inhabitadas del país y su clima ofrecen grandes promesas de generación de energía solar y eólica: según algunos cálculos, Mongolia tendría el potencial de generar mediante renovables el 63% de la energía producida en China en 2022. De este modo, conseguiría, por un lado, depender menos de la energía rusa y, por el otro, obtendría enormes beneficios con la exportación masiva de energía limpia a China. En 2015, el gobierno mongol lanzó la Mongolia State Policy on Energy 2015-2030, que busca desarrollar la seguridad energética y el sector de las renovables en el país.
En el caso chino, Pekín ya está construyendo macroproyectos de energía limpia en la parte china del Gobi (desierto que se extiende a territorio mongol). Este know how se podría exportar a Mongolia, aunque ello requeriría fuertes inversiones de capital, infraestructuras y traslado masivo de trabajadores chinos (algo que podría generar tensiones, debido a la alta diferencia demográfica entre Mongolia y la provincia china de Mongolia interior [3 millones vs. 24 millones de habitantes, respectivamente]). En todo caso, potenciar el sector de las renovables en Mongolia sería muy beneficioso en términos de salud para una población que todavía produce el 90% de su electricidad mediante carbón y que tiene una capital que ha sido considerada la más contaminada del mundo.
Finalmente, Mongolia también puede aumentar su poder económico aprovechando la necesidad global de tierras raras: según la Oficina Geológica Nacional de Mongolia, el país tendría reservas potenciales que la situaría entre los diez países con más tierras raras del mundo. Además, contiene importantes reservas de materiales de alta importancia para la transición energética como el cobre: la mina de Oyu Tolgoi situada en el sur del Gobi es considerada una de las reservas de este mineral más grandes del mundo. Sin embargo, para el desarrollo de este sector harían falta fuertes inversiones en minería e infraestructuras. La explotación de tierras raras, además, generaría nuevos costos medioambientales.
El artículo sobre la democracia en China está publicado en El Orden Mundial y, mediante diversas encuestas independientes y estudios académicos, intento responder la pregunta de si los ciudadanos chinos quieren una democracia al estilo occidental:
La sociedad china no se divide políticamente en izquierda y derecha. Como explican autores como Jennifer Pan y Xu Yiqing, los principales ejes de división son entre liberales y autoritarios, pro-libre mercado y estatalistas, y posturas más o menos nacionalistas. Mediante el análisis de encuestas, Jason Y. Wu y Meng Tianguang han descubierto que la sociedad china es heterogénea en cuanto a valores políticos: no hay una postura que predomine totalmente sobre las otras.
Esto nos muestra dos cosas. Primero: no existe un pensamiento único o hegemónico en la sociedad china. Segundo: hay una parte relevante de la ciudadanía china que tiene valores “liberales” y sería cercana al modelo democrático occidental. Si miramos de manera más granular la población china, vemos que la proporción de “liberales” aumenta entre los sectores más jóvenes y la población de las provincias más desarrolladas y urbanas. Curiosamente, uno de los valores políticos más transversales entre la ciudadanía china es el nacionalismo.
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Los valores políticos de la sociedad china, como hemos visto, son heterogéneos. Pero si vamos a la valoración del actual gobierno chino, hay más consenso: una clara mayoría está satisfecha con el liderazgo del país. (…) [según] el Ash Center de la Harvard Kennedy School, vemos que una mayoría de la población valora positivamente la acción y el desempeño del gobierno chino. De hecho, en las últimas décadas, ha habido un aumento importante de confianza entre la ciudadanía china: en 2003, sólo un 43,6% valoraba positivamente su gobierno local, pero este porcentaje aumentó en 2016 al 70,2%.
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Todo esto nos lleva a un asunto clave: la popularidad del gobierno chino no está basada en una ideología o institucionalidad particular (como hemos visto en el apartado anterior, los valores políticos de la ciudadanía china son heterogéneos), sino que su legitimidad está fuertemente basada en el desempeño y los resultados que ofrece a la población china. (…) Buena parte de la población china está satisfecha con el nivel de “democracia” existente en el país. Esto sucede porque, en China, no existe una definición hegemónica del término “democracia”. Como explican autores como Yida Zhai o Peng Hu, hay dos concepciones populares del término en China: por un lado, una visión “procedimental” vinculada a libertades políticas y elecciones, cercana al modelo occidental; y, por el otro, una visión “sustantiva” en la que se considera “democracia” que el gobierno produzca resultados positivos en economía, seguridad… que “beneficien al pueblo”. La primera concepción de democracia se basa en los valores y las instituciones, y la segunda en los resultados materiales.