El triángulo chino Budapest-Belgrado-Tbilisi
O la forja de una política exterior más allá de la UE.
(Publicado originalmente el 11/11/24 en el Diari ARA)
Hace unas semanas, me reuní con académicos chinos especializados en Europa y uno de los temas que más interés tenían a tratar era la figura de Viktor Orbán. En la mayoría de países de la Unión Europea, Orbán es visto medio como un rebelde y medio como un parásito: un agente disruptor en temas como el apoyo a Ucrania o el debilitamiento del Estado de derecho y la democracia liberal, que, a la vez, no quiere marcharse de la UE para así continuar disfrutando de sus beneficios económicos. Además, apunté a los académicos chinos, Orbán es uno de los políticos más hábiles de la UE: ha conseguido un capital simbólico desproporcionadamente más grande que el escaso peso económico que tiene Hungría (1,2% PIB de la UE), se ha erigido en modelo de derecha alternativa elogiado por los republicanos norteamericanos, y ha conseguido formar el tercer grupo más importante del Parlamento Europeo.
Los académicos chinos me hicieron una valoración de Orbán muy diferente. Para ellos, el dirigente húngaro no era un revolucionario, sino un pragmático realista. En un contexto de una Unión Europea con cada vez más tensiones con Pekín, Budapest estaría construyendo un modelo de “neutralidad económica” que le permitiría atraer inversiones chinas, a la vez que continuaría siendo un espacio industrial clave para las empresas alemanas. Ahora mismo, Hungría es el principal destino (44%) de la inversión china en Europa. Otro caso de este “pragmatismo”, me explicaron, era Serbia, donde el gobierno de Aleksandar Vučić ha mantenido una política exterior “equilibrada” que permite vínculos con chinos, europeos, americanos y rusos al mismo tiempo. Otro ejemplo en el vecindario europeo es la tradicionalmente proeuropea Georgia, donde el partido Sueño Georgiano de Irakli Kobakhidze ha apostado por atraer inversiones chinas y mantener vínculos con Rusia. En todos estos casos, el patrón es de hombres fuertes, iliberales y nacionalistas; que mantienen elecciones, pero erosionan el Estado de derecho. No están en contra de la Unión Europea, pero la querrían mucho menos integrada y más conservadora. Su visión de las relaciones internacionales es amoral y multipolar, buscando extraer beneficios de diferentes potencias sin aliarse claramente con ninguna de ellas.
Este eje Hungría-Serbia-Georgia quizás es una anomalía a Europa. Pero es el modelo dominante en el Sur Global. En Asia Central, las repúblicas postsoviéticas han desplegado un modelo que busca mantener vínculos con Rusia, atraer inversión china y recibir capital y ayuda americana y europea. En el sudeste asiático, la ASEAN ha repetido múltiples veces que no quiere tomar partido en la disputa geopolítica entre Estados Unidos y China: a pesar de que algunos países como Singapur o Tailandia reciben apoyo militar americano, han dejado muy claro que no romperán relaciones económicas con Pekín. Si vamos hacia el oeste, las monarquías del Golfo, aliadas tradicionales de los EE. UU., han multiplicado sus vínculos e inversión china, sin que Washington pudiera detener esta tendencia. La Unión Europea y su vecindario ya no son una isla. Lo que vemos en los despachos de Budapest, Belgrado o Tbilisi será un fenómeno cada vez más frecuente.