(Publicado en el Diari Ara)
Hace unas semanas, la revista The New Yorker sacó un largo reportaje sobre “la era del malestar” económico de China. El mensaje de fondo era que el país no conseguirá el desarrollo económico que se había pronosticado durante décadas. El artículo apuntaba al modelo personalista de Xi Jinping como la causa principal de todos los problemas económicos y sociales de la China actual. Uno de los “malestares” principales era el pesimismo de los jóvenes chinos, sintetizado en el concepto “tang ping” (躺平, estirarse panza arriba), un meme que simboliza el agotamiento con el sistema productivo chino. El artículo de The New Yorker ponía en un mismo bando de afectados por el gobierno de Xi a los jóvenes chinos, a los propietarios de las grandes tecnológicas y a los ricos chinos que intentan sacar el dinero del país. La realidad, sin embargo, dista mucho del panorama que presentaba la cabecera americana -y que repiten liberales chinos y comentaristas occidentales-: los jóvenes chinos no están en la misma trinchera que los empresarios o ricos del país, sino en el bando contrario.
Cuando uno habla con jóvenes chinos, las quejas más habituales no son en ningún caso contra el Partido o Xi Jinping. Las palabras que más me repiten mis amigos y conocidos chinos -la mayoría con alto nivel de estudios y en la treintena- son “yali” (压力, presión), “jiaban” (加班, hacer horas extra) y “jiu jiu liu” (九九六, 996), en referencia a las jornadas de trabajo extenuantes de 9 de la mañana a 9 de la noche, seis días a la semana, de las grandes tecnológicas o multinacionales privadas del país. La gran mayoría de los chinos no son workaholics al estilo americano: si trabajan tantas horas es para poder comprarse un piso en un momento en el que los precios de la vivienda están desorbitados. Con la actual crisis inmobiliaria china, muchos incluso han visto como el apartamento donde habían invertido sus ahorros quizás nunca se construirá. Ante esta rueda del hámster infinita, “estirarse panza arriba” no parece una opción tan descabellada.
En este contexto, el gobierno y el Estado -después de años de libertinaje económico y mito del emprendedor- vuelven a ser vistos como una protección ante los excesos del capitalismo. Entre los jóvenes chinos no cesa de aumentar el porcentaje que quieren trabajar en empresas estatales o ser funcionarios. No es por patriotismo: lo hacen porque el sector público al menos les garantiza una jornada de 9 a 6, que permita tener vida personal y tiempo material para empezar una familia. Si miramos encuestas de valores, los jóvenes chinos son más pro-Estado del bienestar y desconfiados del libre mercado que generaciones anteriores. La prensa internacional puede caricaturizar los empresarios chinos como pobres víctimas bajo la bota de Xi Jinping. Pero haciendo esto se olvida de los millones y millones de jóvenes chinos de la generación que marcará las próximas décadas de China.
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